SANTITOS CON PARTES HUMANAS

SANTITOS CON PARTES HUMANAS
Dicen que la fe es la certeza de lo que no se ve ni se palpa, de todo aquello que entra en el ámbito de lo inasible, de lo incorpóreo, de lo imaginario. Eso es lo que dicen los que saben de teología y de dogmas religiosos; pero las comunidades tienen su propia manera de entenderlo o de llevarlo a otros campos para apropiarse de lo espiritual y corporeizar las expresiones de la fe y los sentimientos. Así al menos acontece en mi tierra.
Narra la memoria de mi pueblo, un pueblo antiguo que va más allá de la llegada del cristianismo a esta región geográfica, el suceso de las imágenes de los santos reconstruidos con partes humanas:
Dicen que regresaban de la guerra, que era el 17 de enero de 1918 cuando se juntaron los del pueblo a barrer la iglesia. Que tuvieron que sacar vacas y alimañas de las entrañas de la capilla de Tezoyuca para levantar con cuidado las imágenes benditas que se habían quedado abandonadas por años; desde cuando abandonaron todos la comunidad, desde que tuvieron que  huir a refugiarse del hambre, el miedo y las balas de los soldados del gobierno, que querían matar hasta a los perros para acabar con el zapatismo.
Un raro sentimiento de soledad y esperanza tuvieron que haber experimentado aquellos nuestros abuelos al mirar los cuerpos del Cristo y de San Francisco de Asís resquebrajados, cayéndose a pedazos tal como se les había desprendido el corazón al dejar los límites de sus terrenos para emprender la incertidumbre del abandono de sus hogares, por más modestos o pobres que fueran éstos pero que era en donde les había crecido el cuerpo y las ganas de libertad y justicia, aunque también donde tenían cerca a sus muertos, sus fiestas y hasta sus maneras de comulgar con lo divino. 
Dicen que le pagaron a un “santero” avecindado en Chiconcuac, para que les restaurara el rostro, los pies y hasta los vestidos de aquellos santos, pero que fue la devoción y la gran hambre de restituir su historia lo que les dio la idea de buscar a tres jóvenes vírgenes para cortarles sus largas trenzas y ponérselas como pestañas y cabellos a sus imágenes santas. 
Los nombres de estas mujeres fueron: Telésfora, Santos y Eulalia; todas descendientes de familias añejas y de gran belleza para sus vecinos. Todas transmutando una herencia al terreno de lo sagrado en los momentos que el señor Fidel Pozos, colocara sus cabellos en los rostros piadosos y sufrientes de los “santitos” locales. Todas comprometiéndose con el devenir y los pasos de los que les habríamos de suceder para construir la realidad que ahora tenemos.
Otro caso permanece en secreto, guardado entre el ropero viejo de la leyenda del pueblo de San Francisco Zacualpan; es decir del actual pueblo de Emiliano Zapata que es donde reside el párroco titular de una buena parte de la alcaldía y que, para que lo conozcan quienes me leen, tendré que romper un poco el velo de la secrecía popular, que teme que la despojen de una imagen importante y milagrosa que por años estuvo guardada en los polvosos cuartos de la sacristía de la Iglesia de San Francisco de Asís.
Allí, a un costado del retablo principal, cerca del altar mayor, un gesto moreno de dolor se asoma para mover la empatía de muchos. Una gran cruz cargando a una hermosa escultura de Cristo colgando de ella, espera los momentos en que la pandemia permita retomar la procesión que cada miércoles santo se le hace por la comunidad para solicitar milagros, bendiciones y bienestares familiares.
El gran Cristo de la Salud extiende sus largos brazos hacia los rumbos oriente y poniente exhibiendo una herida profunda en su costado derecho. Una obertura brutal hecha, como dice la tradición, con la burda punta de una lanza de guerra y que atestigua un sufrimiento intemporal y eterno, de aquel personaje sagrado y universal que ha dividido nuestro tiempo en dos eras.
Y es ahí, en esa herida mortal donde empieza la leyenda de los humanos integrándose nuevamente en el ámbito de lo sagrado: dice la gente del pueblo y sobre todo los cercanos a la iglesia, que las tres costillas que crudamente se asoman, no son de la madera original con las que se talló el cuerpo…que más bien ¡son de origen humano! De un paisano antiguo que por la pesadez del tiempo, ya se olvidó su nombre y apelativo para quedarse en el anonimato.
¿En qué situación o momento habrá fallecido aquel donante? ¿Qué atributos ejemplares o piadosos debió poseer la persona de quien fueron tomadas sus costillas, para ser colocadas en el costado del Cristo? Cronos se encargó de diluir todo esto en su reino.
Por eso es que reitero que aquí, en los terrenos del mundo en donde me ha tocado vivir y desentrañarle sus memorias, la fe no pertenece únicamente al ámbito del entendimiento y el imaginario, y que el llamado patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, está más emparentado con lo palpable de lo que pueden entender los comerciantes, los estudiosos, las personas comunes e incluso, los fatuos y burdos valuadores de lo antiguo.
ULISES NÁJERA

IMAGEN DE SAN FRANCISCO DE ASÏS DE TEZOYUCA


EL CRISTO DE LA SALUD DE EMILIANO ZAPATA

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