El manuscrito del cerro

enero 24, 2020

DESCUBRIENDO TESOROS

Relatos con la memoria desde un oficio intemporal y literario.

EL MANUSCRITO DEL CERRO

Desconcertantes, enigmáticos, con la sensación de entrar en otras puertas, en otros mundos; así puedo describir el hallazgo y lectura de manuscritos inéditos. Uno de ellos lo ubiqué en el archivo parroquial de la iglesia de San Juan Evangelista en Xochitepec: yo estaba a cargo de rescatar y ordenar el mal llamado “archivo muerto” de ese municipio durante la administración del doctor Miguel Ángel Pineda. Corrían por tanto, los primeros años de este milenio.

Había tenido ya la oportunidad de ordenar documentos correspondientes a la década de los veintes del siglo pasado, de percibir el olor a actas de cabildo muy viejas. Me fascinaba estar entre historias de gente conocida y de otros que ni siquiera había tenido la oportunidad de saber que hubieran existido en las cercanías de mi pueblo natal: Tezoyuca.

Mi centro de trabajo era la antigua presidencia de ese pueblo, un viejo trapiche azucarero que se estaba convirtiendo en centro cultural y donde su cronista, el doctor Emeterio González Orduña, contaba que había pasado -en calidad de preso- el generalísimo Morelos antes de llegar a su crujía en el interior del Palacio de Cortés.

Una de las lecturas que me describió las desventuras de la revolución en la zona era “Tempestad sobre México” de Rosa E. King. Allí pormenorizaba su paso por estas tierras y los sobresaltos de quienes la acompañaban en ese angustioso éxodo y por esto, mi mente fantaseaba tratando de imaginar los lugares en donde habían sucedido los hechos que describía el libro, alentado también por el semblante cacarizo, por tanto impacto de bala, que tiene hasta la fecha el chacuaco del edificio.

Animado por todo esto, me había contactado con el párroco de la iglesia de quien ahora sólo recuerdo que se llamaba Dagoberto y a quien le había propuesto dejarme revisar los libros para tener una idea de lo que había y darle un poco de orden a los legajos. Lo convenció más fácilmente mi reconocimiento sobre manejo de archivos eclesiásticos que me había expedido el Archivo General de la Nación en tiempos previos.

Recuerdo que estaba revisando un libro sobre registro de bautizos y defunciones de principios de la centuria anterior, cuando descubrí un papel entremetido entre todo esto… ¡increíble! Era una narración de la manera en que los lugareños se prepararon para recibir el año 1900 y despidieron el siglo diecinueve.

Entre sus letras, delicadamente caligrafiadas, se daba cuenta del día de campo en que participó toda la comunidad, resguardados en el cerro de las flores. Se describía la alegría y el regocijo espiritual de los lugareños enmarcado entre flores blancas de cazahuate. Recuerdo que el documento conservaba nombres de personas, funcionarios y lugares, además de utilizar términos religiosos para invitar a la feligresía al cultivo y serenidad del alma.

Me emocioné al saber que tenía frente a mí la ventana a otro mundo, a otras maneras de entender la vida, a otras nomenclaturas y paisajes e incluso a otra manera de vestirse y de recrearse en los momentos de ocio. Era el comienzo de un nuevo siglo, un suceso de hace 120 años exactamente, una celebración comunitaria que acontecía por estas fechas frías y esperanzadoras que significa el mes de enero y que enmarca actualmente la feria de los Santos Reyes, en este municipio sureño.

El documento lo volví a integrar al libro para trabajarlo luego. Sólo que no preví el traslado del archivo completo, de un cuarto a otro, de ese antiguo exconvento y mi frustración por saber que esto implicaba reiniciar el proceso desde el inicio; por eso sé que ahí sigue resguardado. Esperando a que alguien lo descubra nuevamente y lo pueda transcribir completo para regocijo de sus coetáneos y de los que amamos la memoria de los pueblos.

Cronista Ulises Nájera Álvarez.