LA MARCA DEL SABIO

DESCUBRIENDO TESOROS
Relatos con la memoria desde un oficio intemporal y literario

LA MARCA DEL SABIO
Como un relieve, casi igual que un sello, yo sólo conozco un ex–libris muy estético y bien logrado. Una marca personalísima de un hombre que ama profundamente las letras y las cajas mágicas que resguardan su contenido para todos: los libros.
Su hallazgo se dio lejos de mi suelo y de mi tiempo actual. Era el mes doceavo del segundo año del milenio, en la calle de Donceles del otrora Distrito Federal… Hacía un frío extraño, de esos que rasgan la cara con el perene olor a polución que tiene el centro histórico de todos los mexicanos.
Hasta allá me habían llevado mi aguinaldo recién cobrado y mis ánimos de coleccionista de textos especializados en el estado de Morelos, que nacieron desde que me di cuenta que las bibliotecas de mi municipio y las de la ciudad de Cuernavaca, carecían de un fondo respetable o básico para poder consultar todos quienes nos interesamos en temas propios de la memoria y la cultura de la tierra de origen.
Con la ilusión de hacerme de una buena cantidad de libros me había preparado con una mochila tipo militar, que me daba el aspecto de un soldado desertor vestido de civil y con el cabello encrespado; pero que poco me importaba con tal de hacer crecer mi biblioteca personal, la cual había iniciado con un solo libro de nombre “Morelos el estado”, editado durante el sexenio del gobernador Antonio Rivapalacio López, a quien le debemos la costumbre de auspiciar bibliografía en ediciones de lujo, sin que el tema sea precisamente político o meramente suntuario.
Con este mandatario había sido posible –entre otros– la edición de “Los doce pares de Francia”, en donde se aborda y recopila información relativa al teatro campesino de todos los municipios. También salió a la luz “Encuentros con Morelos”, libro que conjunta diversos testimonios o expresiones de personajes notables de las diferentes etapas históricas de nuestra entidad… pero volvamos al tema.
Una vez que había iniciado mis pesquisas bibliográficas en esas gigantes e imponentes librerías de viejo, me topé con un ejemplar un tanto extraño: se trataba del libro “Tamoanchan. El estado de Morelos y el principio de la civilización en México”, escrito por el segundo obispo de Cuernavaca de nombre Francisco Plancarte y Navarrete, en su segunda edición correspondiente al año 1934 y de la editorial “El escritorio”.
Vano sería repetir que se trata del opúsculo en donde el autor, aficionado a la historia y la arqueología, trata de demostrar que el antiguo y mítico lugar conocido como Tamoanchan, se ubicó en realidad en nuestra actual entidad y que no se trata de un sitio ilusorio e ideal, propio de la mitología nahoa; idea y afirmación que influyera (y aún sigue influyendo) en la totalidad de los autores morelenses que se ocupan del tema en los años posteriores a su difusión y durante todo el siglo pasado; no obstante de que existe otra obra con el mismo nombre que lo señala como un lugar mitológico, semejante al edén bíblico y que de haber existido estaría situado en otras coordenadas de la república mexicana.
Con el tufo del vaho del papel viejo, el libro se asomó a mis ojos para emocionarme con el hallazgo. Pero lo que más me conmovió fue el grabado o la estampa pegada en dos páginas que originalmente estaban en blanco en el libro. Ahí, en letra clara y enmarcando un ave endémica de estos suelos sureños, se leía claramente: Luis Gurza Villareal. Ex–libris.
¡Fantástico el ícono y fantástico el personaje! Se trataba de la marca personal de quien fuera, hasta su muerte, el Cronista Municipal de Jiutepec, un cineasta con quien platicara personalmente algunas veces y con quien coincidiéramos en congresos locales de memoria y narración.
Él fue quien me contó por primera vez acerca del Cristo Negro de San Gaspar y del misterioso y enigmático Libro Negro de la cabecera municipal; aquel que se pasaran los presidentes municipales como señal de poder y mando para el pueblo y que, al igual que la célebre acta de defunción de Emiliano Zapata, desapareció misteriosamente de los archivos locales.
El libro y su marca aún respiran entre mi biblioteca, restregando su encuadernado con memorias de otros pueblos y esperando a que me lo vuelva a encontrar para recordarme de mis inicios como cronista y bibliófilo… y también para recordarme del respeto y pasión con la que se debe de ejercer este oficio.
 Ulises Nájera Álvarez. Cronista

 Devoción del pueblo de Jiutepec

 Ex Convento De Santiago Apostol

Ex Libris 

Libro Tamoanchan 

Zócalo de Jiutepec

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