LA VIRGEN DE MONTENEGRO
DESCUBRIENDO TESOROS
Relatos con la memoria desde un oficio intemporal y literario
LA VIRGEN
DE MONTENEGRO
La
tierra era más morena que de costumbre, con un aroma a hierba nueva y a tronco
de cazahuate recién mojado. Era la mañana que sigue a la tormenta, la que tiene
vestidos de color verde y pequeñas gotas colgando de las hojas del jegüite.
Agosto
15 del año pasado, sin dudarlo, ese día era. La expedición había comenzado
temprano, luego de aguardar a los muchachos que prestaban su servicio en el
ayuntamiento y que tomaban fotografía y video para documentar algunos
recorridos por los campos, calles y ruinas del municipio de Emiliano Zapata.
Atrás
en la parte de las redilas de la camioneta iban ellos: Ángeles, Alfredo, Juan y
Ángel; Jovanny el productor y yo fungíamos de piloto y copiloto
respectivamente. Pasamos la carretera de chapopote e incluso la de terracería y
nos fuimos veredeando rumbo al monte por donde nos dijeron que llegábamos a los
rumbos y dominios de la virgen… así nos habían informado.
Recuerdo
que pasamos varias rocas muy grandes en donde se adivinaba que era la guarida
de garrobos y víboras mostrencas, escuchando el silencio de la sierra que no
tiene ausencias de sonidos, si no que más bien está poblado de murmullos de
viento, ecos de apantles y hasta cantos de huilotas en la lejanía; sorteamos varios
pasos irregulares del camino que implicaban a veces el peligro de quedarse
atascados en la lodazera o advertirles a los jóvenes de posibles brincos
repentinos. Yo me embelesaba pensando en descubrir aquella visión que me
platicaran previamente: -Arriba de una loma, a un costado de un enorme amate
que creció arriba de una piedra, hay un nicho con una virgen. Una imagen santa
que se “dedicó” el 12 de diciembre de 1994 como gratitud de los terrenos que se
repartieron a todos los ejidatarios, hijos de ejidatarios y avecindados de
pueblo de Zapata, hasta allá arriba. Lo más increíble y que lo tienes que ver,
es el manantial que brota en esas alturas de la sierra. Te lo juro, hasta allá
hay un borbollón.
Pensaba
en la generosidad de estas tierras y en la gran riqueza biológica que tenemos
pues no era el único brote de agua que se ubica en altitudes insospechadas: En
Tepetzingo conocía otro venero, por la subida del panteón, a una distancia no
tan lejana de la famosa “piedra cargada”. También había ya recorrido otra
veredita en compañía de mi padre para conocer otro, al borde prácticamente de
los terrenos de “la cementera”, como a una hora de camino de su propiedad. En
Tetecalita en un paraje conocido como “Los limones”, incluso hay un pozo
construido formalmente ya, pero que me comentan que es una fuente del vital
líquido desde tiempos inmemoriales e incluso ocupado por las huestes zapatistas
en tiempos de la guerra.
Tanto
bebedero que a veces guarda huellas extrañas, como las de gato de monte, de
pezuña grande también, incluso de esas con forma de pequeñas manitas de humano
y que dicen que son los rastros de los tejones… Jovanny dio un volantazo
repentino y dijo con voz de alegría. – ¡pues por fin llegamos!
Ante
mis ojos se desdibujaba la imaginación y surgía la hermosa y reconfortante
imagen de aquel maravilloso recoveco de la sierra. Un gran nicho de cristal
coronado por la enorme copa de un amate blanco que nos invitaba a retratarlo y
a llenar los pulmones con los aromas de su sombra.
Posamos
todos en diferentes lugares y de diferentes maneras con el fin de llevarnos,
aunque sea en una imagen para las redes sociales, la frescura y la hermosura
del paisaje. Luego nos dirigimos contentos al pie de unas enormes piedras en
donde se podían ver los escurrimientos y los artefactos que los campesinos han
colocado para llevarse el agua hasta sus terrenos. Con cuidado esquivamos una
gran telaraña que irisaba con los rayos del sol que se colaban de las ramas de
los árboles y nos tomamos la
foto grupal que sería el recuerdo de aquel viaje a la naturaleza. De aquella
expedición a los terrenos de la virgen del cerro que vigila los horizontes de
los habitantes de Zapata, en espera de su fiesta que se le hace todos los 12 de
diciembre de cada año, con una comunitaria y larga corrida de toros que
organizan todos los ejidatarios y en donde el bullicio se aleja de la
civilización por un día y se va en peregrinación hasta las cumbres del monte.
Ulises Nájera Álvarez
Cronista
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