LOS ADIVINOS DE LA LLUVIA

DESCUBRIENDO TESOROS

LOS ADIVINOS DE LA LLUVIA
Trabajaron desde una noche antes. Desde la anterior a la víspera del día sagrado, en una choza inaccesible para los comunes que acompañan a ese ritual comunitario.
Yo había llegado para presenciar ese día raro, extraño para un ciudadano oriundo de la zona conurbada de la ciudad capital del estado, pero con un enorme deseo de comulgar con la tierra y los elementos naturales que integran, de cierta manera, también a nosotros, los humanos. Mi trabajo había sido indagar por el día exacto y llegar a la hora indicada hasta la comunidad de Alpuyeca, del municipio de Xochitepec, ese caluroso día 26 de mayo de 2017.
Un danzante me llevó hasta la choza humilde y olorosa a humo de sahumerio, que estaba ubicada en una calle empinada, a dos o tres cuadras de la iglesia del pueblo. Me presentó con los vigilantes del ritual secreto, al cual nadie puede acceder más que los “principales” de su comunidad, rito que me dijeron que duraba toda la noche y en donde sus oficiantes elaboraban los “resplandores” para llevarlos hasta un lugar sagrado que permanece tapiado durante todo el año, pero que se descubre en ese día exacto, justo en la víspera de la cuarentena de la resurrección de Jesucristo, según el calendario católico.
De pronto se asomó el “principal” con su enigmático bastón de mando en la mano. Escoltándolo se veían los demás representantes de Alpuyeca, cargando con los “resplandores” o xochimamastles elaborados con flores rojas y amarillas, botes de agua, ramitos de flores blancas y un poco de aguardiente entre sus bolsas de ixtle, en donde también cargaban todos los elementos para colocar una ofrenda. Les expliqué más o menos a lo que iba y sin desconcentrarse mucho, asintieron con la cabeza permitiéndome acompañarlos a sus destinos.
Me dieron un ramo de flores a mí y se dirigieron a la iglesia de la Purísima Concepción del lugar, en donde entraron a dedicar unas palabras y el rito a no sé qué deidades mestizas que sólo ellos conocen, pero que por sus rezos, me di cuenta que hablan en náhuatl. Luego salimos del atrio y nos distribuimos en carros y camionetas que ese día tienen carácter comunal y puede abordarlos toda persona que guste acompañar el rito.
Salimos del pueblo y nos metimos en hondas y calientes veredas en una caravana callada que se interna en montes y parajes de los dominios de Xoxocotla. Llegamos a un campo circundado por tecorrales que hizo la función de estacionamiento y nos zambullimos a pie por entre órganos, ciruelos criollos, nopales, huizaches y copales; deambulando en lugares desconocidos y en donde se tiene que tener la habilidad de andar sin tropiezo o resbalo, por el riesgo de fracturarse un pie a una gran distancia del poblado más cercano.
Repentinamente se escucharon voces que venían de más adelante, mezclándose con el polvo blanco que se levanta del camino… -¡Ya llegaron los de Atlacholoaya! dijeron. -¡También los de Xoxocotla! Alcanzó a gritar alguien más.
Efectivamente, en un lugar cercano a un río, se había improvisado un altar en donde ofició misa un sacerdote extraño, muy pálido, que causó la incomodidad de varios cuando dijo que estaban reunidos todos para pedirle a la virgen porque les trajera buenas lluvias. Un murmullo de atrás dijo: -ese padre no sabe ni de qué se trata esto. Aquí no venimos a pedir agua, si no a ver cómo es que va a estar el temporal este año y saber entonces cómo nos va a ir en nuestras siembras.
Por fin terminó la misa y entonces los principales se saludaron y decidieron los turnos en que iban a entrar a Coatepec, una cueva oráculo de todas esas poblaciones. Retiraron piedras grandes y pequeñas y al fin quedó al descubierto una pequeña oquedad por donde se iban introduciendo los sacerdotes de la tierra, esto después de pedir permiso al lugar y tronar cohetones para anunciar su visita.
Los acompañantes de los pueblos pasaban el mole, los tamales y el aguardiente que integraban el huentle u ofrenda que iban a dejar a la caverna. Muchos pasaban garrafas vacías para que fueran llenadas con esa agua bendita y ponerla en un lugar especial en sus respectivas casas. Otros soltaban gallinas que correteaba la muchedumbre puesto que es considerado un augurio de abundancia y buena suerte para la familia que logre hacerse de una.
Por respeto y costumbre, se reparte mole y trago en pequeñas cazuelitas de barro a quienes participan en esa ofrenda y aún a quienes nos quedamos afuera, maravillados con esa comunión espiritual entre el humano y nuestra madre tierra.
¡Este sí que es un gran tesoro escondido! Todo esto. Desde los preparativos hasta la culminación del rito, el cual termina con la llegada a la iglesia de Xoxocotla del bule sagrado que se coloca en el altar, conteniendo el agua de Coatepec… y después, la peculiar danza de las ramas en el atrio de la iglesia de San José Obrero.

Ulises Nájera Álvarez. Cronista.




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