LOS MISTERIOS DEL CAZADOR

DESCUBRIENDO TESOROS
Relatos con la historia desde un oficio intemporal y literario

LOS MISTERIOS DEL CAZADOR
Era la hora décima del día. En el cerro ya se habían desperezado las nubes con el calor del sol y habían emprendido el vuelo como parvadas de garzas gigantes y erráticas, que juegan a adivinar las miradas de los hombres en el cielo.
Era el mes de septiembre, tiempo de secas pero con algunas cabañuelas esporádicas que acompañan a veces los días patrios… De él ya me habían hablado los familiares de mi esposa con una añoranza risueña, tranquila, empecinada en sus tiempos de niños, cuando pastoreaban animales y sentimientos de esperanza en los campos cercanos al pueblo.
-Todos le decimos el cazador y según sabemos, ha existido desde que nos acordamos; decían y su mirar se poblaba de recuerdos y juegos enmarcados por capulines, órganos y cuaulotes, especies de flora de la región y que formaron parte del parque de juegos natural de todos los niños de esa comunidad: el ejido. 
-A ver que día te llevamos; prometían.
Yo imaginaba hombres antiguos y recios cuando me hablaban de ese personaje. De ese ser fabuloso que debía venir de tiempos en que la tierra todavía guardaba los aromas del jaguar, del león de monte, de las mazacuatas gigantes y nervudas, con un grosor como de poste de teléfono, que comían tlacuaches y venados y bajaban hasta las cercanías de Tetecalita para inquietud de las almas humanas pero también de las almas de animales y nahuales que habitaban la Sierra Montenegro.
Eran las 10 de la mañana de hace más de un año como dije. Salimos de la casa dirigiendo nuestro rumbo hacia el poniente, por la antigua carretera que conecta al otrora San Mateo Tetecala con el pueblo de las siete culebras de agua que es lo que significa Chiconcuac y en donde se encuentra la hermosa hacienda azucarera de Santa Catarina, la cual a mediados del siglo XIX formaba parte del emporio de la familia Eguía, al igual que la de Nuestra Señora de los Dolores, San Vicente y San Gaspar.
Caminamos unos cuantos metros y nos alcanzó una camioneta. Por costumbre y a pesar del ambiente áspero de la actualidad y toda la violencia cotidiana, el conductor se detuvo y nos ofreció darnos un “aventón” para el pueblo vecino. El hermano de mi esposa le dijo –No llegamos hasta allá. Sólo déjenos en “La Chiripa”.
Reptamos la carretera hasta debajo de un gran amate, justo en una curva pronunciada que tiene una banca de mampostería que nunca ocupa nadie y que señala el inicio de un camino hacia campos con aspecto ocioso y olvidado. Con una escueto “gracias” descendimos de la camioneta y empezamos a entrar en la vereda y los terrenos del famoso “cazador de las peñas del campo”.
Pasamos a un lado de la famosa “Chiripa”, un antiguo rancho fantasmal que produjera una gran cantidad de limones y aguacates antaño y en donde también sucedieron crímenes inenarrables; lugar donde dicen que sólo lo ocupan los criminales para escondite y también algunos espectros que esperan la torpeza de la gente que se aventura a entrar a sus habitaciones, tatuadas con grafitis y excremento de murciélagos.
Olía a estiércol de vaca el sendero pero se escuchaban perfectamente los ululos de las tórtolas y los trinos de cenzontles y gorriones cayendo desde los árboles. Brincamos algunos apantles y esquivamos muchas ramas de “uña de gato” que rasgan la ropa apenas te tocan. Bordeamos un cultivo de maíz ya seco y por fin, para maravilla de mi espíritu y gozo de mis ojos, se mostró ante mí ese gran tesoro: Olvidado entre el follaje y a mitad de una gran roca, con una mueca de indiferencia se erguía “el cazador”. Una pintura prehispánica, con una edad indefinible que sostiene un bastón de mando a mitad de la nada… a su lado otra pintura, casi ya borrada por el tiempo pero de color ocre se asoma como un vestigio de no se qué cultura y como mensaje indescifrable de un personaje desconocido.
Y ahí sigue imperturbable el cazador –simplemente- para los lugareños pero para mí, indudablemente, el hechicero de los ojos, el cazador del tiempo.
Ulises Nájera Álvarez. Cronista 










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