DESCUBRIENDO TESOROS

LA CASA DEL RANCHERO
Todos recordamos la primera vez que llegamos a un lugar abandonado. Esa rara sensación de percibir la ausencia de alguien a quien nunca conocimos. Esa pesada falta de presencia de un semejante, de quien desconocemos su personalidad y hasta su voz. Eso fue lo que me pasó cuando llegamos al rancho del ranchero, denominación que parece un pleonasmo pero que aclara la función de esos altos paredones semidestruidos que allí hay y el apodo del antiguo dueño del lugar.
Estábamos en los terrenos y senderos de los antiguos revolucionarios, veredeando las montañas secas del lugar en donde se alcanzaban a escuchar grupos de chachalacas escondidas entre la jegüitera, contemplando árboles de limoncillo, cirian y diversos ejemplares de uso medicinal que conocía nuestro amigo que nos invitó a conocer esa construcción.
Una parvada de huilotas que nos habíamos encontrado en el camino, me habían hecho recordar las narraciones de don Matías Cruz Arellano, antiguo cronista de mi municipio y testigo de la revolución agraria, quien me narraba las despavoridas carreras de los niños de San Francisco Zacualpan hacia el escondite de “El Cerrado”, cuando escuchaban que llegaban los soldados federales a buscar alzados para ajusticiarlos.
Recordaba muy vívidamente su voz entonando su corrido “Campesino”, ese que inicia diciendo: “soy campesino tengo parcelas, tengo de riego y de temporal”, cuando de pronto escuché la voz del chofer diciendo – creo que ya nos pasamos. Dimos vuelta y llegamos a una pequeña compuerta que regulaba el flujo de agua de una atarjea que atravesaba el camino “de saca” en el que transitábamos.
Descendimos y pude contemplar unos paredones gigantes y ya casi destruidos, muros que se mantienen de pie a pesar de los amates que recargan sus raíces entre las piedras con los que están construidos. En el suelo vi tepalcates y restos de utensilios de barro que se asomaban entre los surcos de la caña que estaba apenas brotando. Indagué el uso que tuvieron esos salones y me dijeron: “Es una iglesia vieja. Dicen que aquí vivían unos curas bien chismosos que engañaban a los peones antes de la revolución. Les hacían que entraran en confianza en sus confesiones para que aceptaran si se habían robado ganado, maíz o cualquier cosa de la hacienda… si lo confesaban, les imponían su penitencia de aves marías y padres nuestros pero sin embargo, luego desaparecían y se los llevaban a torturar por los de la inquisición y ahí morían” 
Sin embargo también hubo varias personas que me dijeron que se trataba del rancho de José Rodríguez, un ex revolucionario apodado “El Ranchero” y de quien me he podido percatar que no hay concordancia en su segundo apellido, pues dos expertos cronistas en el tema del zapatismo (Amador Espejo Barrera y Agur Arredondo Torres) lo biografían con el apellido de Quintero o Morales respectivamente; quienes coinciden que José fue hijo de Apolonio Rodríguez y que se desconoce el  nombre de su madre.
Ambos aclaran que esa construcción pertenece a un rancho conocido como “las Mancuernas” y que se dedicaba a la cría y adiestramiento de caballos de los cuales llegó contar con más de cien cabezas, además de una tienda, una panadería y una fábrica de carbón, el cual comerciaba en Cuautla.
El ranchero se afilió a las fuerzas revolucionarias con el primer líder de ese movimiento en el estado, quien fue Pablo Torres Burgos y posteriormente formó parte de la escolta personal de Emiliano Zapata.
Sorprendentemente, José Rodríguez participó en la aprehensión de Otilio Montaño, acusado de traición y muere a causa de una caída de su caballo, ocurrida en el año 1926, ya cuando se había pacificado.
Quien haya visitado alguna vez el poblado de Tlaltizapán y haya ido a su iglesia, seguro conoce el lugar donde descansan los restos de quien fuera dueño de esta magnífica construcción abandonada en el campo de “El charco”, perteneciente a Chinameca; pues están depositados en el mausoleo que encargara personalmente el genial caudillo del sur para que se sepultaran a sus hombres más distinguidos y de sus mayores confianzas…
Nos fuimos del lugar robándole sólo unas imágenes, agradeciéndole a Dios por regalarnos paisajes tan hermosos y a los campesinos por resguardar relatos y consejas que se levantan al cielo como remolinos en medio de tierras dispuestas para el sembradío. 
ULISES NÁJERA ÁLVAREZ






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