MÁSCARAS FÚNEBRES
MÁSCARAS
FÚNEBRES
Las
hallé y recopilé en diferentes momentos y en dos distintos pueblos, aunque al
igual que otra que ya conocía, la composición es la misma:
Al
centro, enmarcado por un grupo de gente, está el ataúd. Al fondo, transita la
soledad en estado estático, ataviada por la circunstancia económica de la
familia… la muerte no está encerrada en el tétrico cajón que guarda al cadáver:
vive y habita en los ojos y la mirada fija de quien posa para el fotógrafo.
De
esta manera se representaba el transitar de un semejante a realidades
desconocidas. Mundos de ausencia de cuerpo y de anhelos para los que se
quedaron en este mundo de vida. Planos donde se dice que el espíritu es el que
reina y el soplo de los inicios retorna por los caminos que vino… así era la
escena de la muerte durante los años posteriores a la revolución, como éstos
que observamos en estas fotos.
Años
en que también habitaban asesinos, malvivientes y hasta matones a sueldo; pero donde
la muerte violenta había dejado de ser un espectáculo que poblaba los
periódicos del momento o los álbumes familiares.
En
aquellos pretéritos años de guerra, de cabecillas revolucionarios, de generales
guerrilleros; las escenas de colgados y
muertos pululaban como gusanos que se metían por los ojos. Imágenes en donde
los niños lloraban horrorizados por la crueldad del miedo, el hambre y la
indefensión, ante un mundo convulso y violento que se ganaba así sus derechos
más elementales como son la tierra, el agua y la justicia.
Muerte
que no se llenaba de mostrarse ante los aparadores de los ojos, sino que
también se regodeaba entre las complicadas métricas y versos de los corridos
surianos:
Unos
abrazaban a sus pobres criaturas,
al
ver a los herodeanos
pidiendo
por gracia y con gran ternura,
perdón
a aquellos tiranos;
unas
sólo encontraban por clemencia burlas,
y
por perdón un sarcasmo
y
una muerte infausta con grande premura,
niños,
mujeres y ancianos.
Las
calles estaban cubiertas de muertos,
insepultos
a la vez;
sólo
sus canallas inmundos espectadores,
con
la mayor rapidez
sepultura
hallaban sin ningún pretexto,
¡oh
qué necia estupidez!
Pues
las represalias en un cuerpo yerto,
demuestran
avilantez.
(Marciano
Silva. Bola del sitio de Tlaltizapán. 13 de agosto de 1916)
Una manera rígida, arcaica, poblada de figuras bíblicas y palabras cultas para describir y codificar a la muerte; propia de aquellos jilgueros y señores del gusto que se asumían como trovadores y poetas humildes, pero que cultivaban la crónica y el arte mayor en sus obras casi desconocidas en las que también se ocupaban de los ámbitos del inframundo, puesto que su realidad les obligaba a teñir de carmín y carne sus letras.
Pero
este ya era otro mundo (el que se muestra en las fotografías), otra realidad
más tranquila donde las comunidades rurales, con sus habitantes, paisajes y
costumbres; saltaban al cine para otorgarle premios a fotógrafos, actores y
directores. Otro momento en que las mayordomías y los personajes distinguidos
de esos pueblos, merecían la deferencia de detener los instantes del duelo frente
a una lente difícil de conseguir y en donde el anonimato del autor, se
propiciaba por no ser un dato importante para los deudos.
Lejos
estaba la gente de imaginar los presentes años en que los periódicos
especializados en horrores, pagarían a los policías por dotar de fotografías
sin ninguna técnica, a sus secciones y primeras páginas de mayor venta. Lejos
estábamos de pensar que aquellas frases de “violóla, matóla y sepultóla” iban a
ser sustituidas por titulares mordaces e indolentes como “le ardió la cara de
vergüenza” para referirse a una mujer que se quemó en un accidente de tránsito,
propiciado por huir de su marido, al ser
sorprendida cometiendo infidelidad con su vecino.
Solo
que a diferencia de aquellos pasados años de la representación y captura de la
muerte, de aquellos lejanos ayeres de guerra, revolución o reacomodo de
valores; el interés por las máscaras fúnebres ahora es otro: aturdir a un
público más hueco, dotar de horror a la gente que normaliza con esto el odio,
la podedumbre y la tragedia.
Un
mundo que se aturde cada vez más inhalando polvos y residuos para acceder a un
falso pedazo de paraíso y bienestar, al cual le cantan narcocorridos o le
rapean supuestos artistas “underground”, que tienen contratos de exclusividad
con productoras de gran poder económico, suficiente como para poder inundar los
aparatos musicales de varios vecinos y revestir fiestas de cumpleaños, bodas o
hasta borracheras furtivas.
El
colmo ha llegado ya hasta las redes sociales. Un medio en que recientemente se
difundieron imágenes del cadáver de un sicario y en donde se amenazó a su
familia para prohibir darle sepultura en el camposanto de una población,
advirtiéndole que si lo hacían, se desenterraría el cuerpo para tirarlo en
algún lugar cualquiera. Situación que la familia evitó, por lo que se ganó los
elogios de aquellos que dijeron que había mostrado estar integrada por buena
gente, muy sensata, pues hicieron caso a la voz del pueblo.
Las
escenas y representaciones de la muerte también han venido evolucionando,
mientras la realidad de los pueblos cambia a menor velocidad de lo que
demuestran sus calles y desarrollos urbanos, pienso… lo constatamos en estas
imágenes, en blanco y negro, de estos mayordomos de mediados del siglo pasado
que habitaron los pueblo de Xochitepec y Tetecalita; unas fotografías que
conservan personas mayores, abuelas o bisabuelas de jóvenes que acceden a
muertes diferentes, difundidas por mensajes en aparatos celulares;
acostumbrados a conocer, aunque sea de lejos, a integrantes de cárteles locales
y obedecer “toques de queda” impuestos en la clandestinidad de los grupos
sociales virtuales.
Máscaras
fúnebres nos ha venido regalando el tiempo. Desde las elaboradas con jade en
épocas precolombinas, las crudas y terribles de las guerras, las maquilladas
por los preparadores de cadáveres para posar en las fotos; hasta las
torturadas, desmembradas y amordazadas de ahora, que tienen una exposición más efímera,
pero sin duda, más terrible y dañina que las que le antecedieron.
ULISES NÁJERA
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